¿ES USTED POLÍTICO?
La primera
reacción a esta pregunta, especialmente para quienes nunca o solo
esporádicamente han participado activamente en una campaña política, es de
rechazo, acompañado de un rotundo y desdeñoso “no” como respuesta.
En los últimos
años ha llamado poderosamente mi atención escuchar y ver a algunos
proselitistas, en plena campaña electoral, calificar despectivamente a sus
opositores llamándoles “políticos”, y a su audiencia escucharlos con inocente
simpatía y hasta con crédula complicidad.
Cada vez está
más enquistada la idea, especialmente en las nuevas generaciones, que ser
político es una ofensa de la cual no queremos ser víctimas, sin embargo, la
verdad es que el ser humano es político por naturaleza, de nacimiento.
Desde
diferentes trincheras, los hondureños en particular, estamos constantemente
participando en política, ya sea desde las redes sociales, una manifestación de
protesta, una cítrica elaborada, con o sin argumentos etc., la diferencia
estriba en si somos o no políticos partidistas, tradicionales, y/o de oficio.
Indudablemente
que somos beligerantes consuetudinarios, desde un móvil en una red social como
dueños valientes de la verdad, listos al debate, aunque pensemos que eso no es
ser político.
Ser político
es practicar la política desde cualquier escenario, sea remunerado o no, con
afiliación partidaria o sin ella.
Si a lo
anterior le agregamos que es político todo aquel que aspira a participar de
cualquier forma en el gobierno y sus decisiones, eso en verdad también nos
convierte en políticos.
Por otra
parte, no participar en política es dejar espacios abiertos para que a quienes
llamamos políticos, tomen libremente y sin temor todas las decisiones que, como
ciudadano, impactan ineludiblemente en el contexto completo de nuestras vidas,
en cualquiera que sea nuestro quehacer, intereses o creencias.
La economía, salarios,
precios de la canasta, leyes que nos protejan y/o restrinjan, etc. son siempre
decisiones políticas, y si a sabiendas de esto, estigmatizamos a los políticos
como la antítesis de todas las virtudes y cualidades humanas, pero los que
gozan de las características virtuosas son los mismos que se apartan en un acto
de aparente decencia, solamente estamos evadiendo adjetivos calificativos.
Llamarse
político no necesariamente obedece a serlo de oficio o por aspiraciones
electoreras, sino que solo se requiere de su ejercicio y participación desde un
estadio privado o público.
Aceptemos que
los partidos políticos son una necesidad fundamental en el ejercicio de la
democracia de los países, que, además, deben ser de interés general de toda una
población. Estos partidos deben ser participativos, con miembros que compartan
la misma doctrina, visión de país e intereses comunes, que busquen el
desarrollo de la persona humana y que, además, para lograr estos objetivos, se
proponga alcanzar el poder de la nación y/o cuotas de esta, para lograr un
equilibrio saludable y desde allí tener la capacidad de hacer realidad estos
propósitos. Debe quedar claro que son solo los propósitos de bienestar y
desarrollo comunitario, y jamás desde ninguna óptica posible el bien personal y
de unos pocos.
Es el deber de
un partido político, ser la plataforma desde donde se escoge y propone a los
mejores hombres y mujeres, capaces de dirigir la nación para lograr la mayor
cantidad de simpatizantes traducidos en votos.
El partido
político o sus autoridades, en comparsa con los candidatos y dirigentes,
también tienen la obligación de proteger y orientar a su electorado sobre los
intereses de las grandes mayorías.
Si analizamos
y estamos de acuerdo con esta definición de:” organización de los mejores
hombres y mujeres agrupados en un conglomerado, que busca el poder o parte de
él, con el propósito de proteger a todos los ciudadanos, orientarlos y luchar
por el bien común y no particular”, entonces deduzco que es honroso considerarse
un político, de lo contrario podría definirme, apenas como un político pasivo,
pero político, al fin y al cabo.
El hecho de
que sienta antipatía por algunas acciones de ciertos políticos, no le hace
apolítico, eso solamente le convierte en alguien desconfiado de las acciones de
algunos pocos o muchos individuos, pero no le desliga de la política como
ciencia o como vehículo hacia la democracia. No es congruente querer y esperar
democracia sin participación política.
Hay que tener
presente y abrazar el dato, que cada vez es más grande la población joven que
es apática a temas políticos, con o sin una opinión clara de lo que quiere, aunque
sí muy clara de lo que ya no quiere más. Ser político no es “cool”, para esta
generación, sino un tema de viejos desprestigiados considerados todos como más
de lo mismo, sin conocer en muchos casos, la verdadera diferencia entre
pensamiento de izquierda, centro o derecha y sus verdaderas repercusiones.
Para las
nuevas generaciones, con todos los calificativos y clasificaciones, el
pensamiento político es un tema accesorio que la aleja de los partidos
tradicionales, porque sus intereses y referentes son muy diferentes, usualmente
son personas con sus mismas aspiraciones y temas en común: tecnología,
emprendedurismo, viajes, dinero, libertad y mundo; no tienen nación ni apegos,
su nación es el mundo y su apego su generación, su líder es un joven muy
parecido a él y sin apegos a nada.
Les resulta
mucho más practico señalar el daño colectivo y voltear los ojos al tablet que
repararlo y proponer, pues ser propositivo en temas políticos es considerado
como una pérdida de tiempo y de nuevo: “anticuado”.
La política es
una ciencia de estrategia, de equipo, de movimientos calculados, nada que se
resuelva completamente desde una aplicación medida en gigas, pero inmediata y
dinámica. Hoy la útil tecnología nos comunica velozmente pero usualmente nos
distrae de lo que realmente nos afecta, con los problemas y espectáculos de
otro continente en tiempo real, con “jugadores” de primer mundo, que nos alejan
del propio.
Esta
importante generación no se apegan a las
tradiciones, a los patrimonios, a la familia y mucho menos a cualquier otra
atadura menor, viajan livianos con una mochila, unos audífonos, un móvil
inteligente, una tablet, un cargador, tarjetas de crédito, espacio en la nube y
es todo lo que necesitan para un mundo cibernético confortable y sin
complicaciones, igual para uno de 18 años que para uno de 30, sin miedo, porque
lo desconocen, más por apatía que por valentía,
porque sienten que no les afecta un mundo del que son parte solamente
hasta donde y cuando quieren porque no hay fronteras ni distancias para huir de
la realidad en esta época moderna.
Lo
verdaderamente peligroso para le democracia es que cada vez es más grande la
masa electoral joven apática al tema y
cada vez más cercana la brecha generacional y de pensamiento entre padre e
hijos lo que terminará extinguiendo los
modelos participativos, sin embargo, la particularidad es que cuando deciden
participar, no por lo que quieren o esperan sino por lo que rechazan, lo hacen sin ese miedo irracional que
mencioné antes, buscando la conquista pero vulnerables ante casi cualquiera de
las distracciones temporales y a un “clic”
del mundo actual, inconsistentes porque son prácticos y no piensan en el
futuro sino en el hoy.
Los jóvenes
con este perfil quienes deciden en la democracia son casi inconquistables para
los partidos con estrategias anticuadas de políticos tradicionales, y rechazan
la idea de ser políticos. Sin su participación ¿Quiénes dirigirán el destino de
las naciones? ¿serán viejos corruptos, que es precisamente lo que rechazan?
El país
necesita que las nuevas generaciones, preparadas, honestas y con sensibilidad
social se involucren en política y fortalezcan la democracia.
De allí podría desprenderse la tendencia mundial de grandes líderes y presidentes jóvenes en países de primer mundo o en vías de desarrollo, actualizados, ¡enérgicos que se desprenden del saco y la corbata y que entienden perfectamente a la juventud!
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