TESTIMONIO DE UN CIUDADANO QUE PRESENCIÓ EL FRAUDE Y SE NEGÓ A SER CÓMPLICE


testimonio de un ciudadano que presenció el fraude y se negó a ser cómplice

Por: El Arquitecto del Pueblo

Qué profunda impotencia experimenta quien presenció directamente el fraude inscrito en los cuadernos de votación, en las papeletas desbalanceadas y en los votos manipulados.

Qué doloroso resulta constatar cómo se llenaron cuadernos, se anularon votos legítimos, se fabricaron huellas y firmas, se ocultaron irregularidades, y además se nos impuso un bozal, sometiéndonos a tres revisiones físicas sucesivas como si ingresáramos a un centro correccional, tratándonos como infractores por intentar cumplir la ley.

Fuimos coaccionados, intimidados mediante actas, amenazas de denuncia y referencias constantes al Ministerio Público —que paradójicamente omitía actuar frente a los delitos evidentes cometidos en la mesa— mientras un supuesto abogado pretendía forzarnos a convalidar lo ilegal.

Ese abogado merodeaba más de ciento cincuenta mesas JERV, imponiéndose, presionando, intimidando. El tal Pablo —no el apóstol, sino un mercenario de una profesión noble cuya misión es impartir justicia y proteger al débil.

No actuaba como defensor del derecho, sino como verdugo de la democracia, amenazándonos con prisión si no avalábamos el fraude, afirmando que, si no firmábamos el delito, nosotros éramos el delito.

Eso no es ejercicio profesional del derecho; eso es sicariato jurídico contra la voluntad popular. Indefensos porque los liberales que nos representan en esa bodega poco o nada podían hacer. 

La culpa dice que nos responsabiliza:

Que no hubo suficiente representación.

Que las firmas carecen de valor.

Que el fraude está en el sistema, no en la mesa.

Eso es falso.

El fraude nació en la mesa, se consolidó en el cuaderno, se maquilló en el acta y se legitimó en el silencio impuesto.

Nosotros no somos una instancia que decide a quién quitar votos y a quién otorgarlos.

Somos una junta de recuento y verificación, no un tribunal de redistribución política.

La alteración arbitraria del resultado constituye delito electoral, y nos negamos a cometerlo.

Durante más de doce horas resistimos a dos miembros que pretendían forzarnos a “cuadrar” resultados sustrayendo votos a un candidato:

uno perteneciente al partido que gobernó dictatorialmente durante doce años, y otro portando una credencial falsa de un partido que se autodenomina “innovación y unidad”, pero que en los hechos representaba unidad con el cachureco.

Nos negamos, porque alterar el resultado es robarle al pueblo.

Además, observamos hechos igual de Graves con vicios de nulidad:

Cada voto debía contener dos firmas posteriores: la del presidente y la del secretario de la JRV.

Sin embargo, de manera sistemática, numerosos votos carecían de una o de ambas firmas.

En esos casos procedía legalmente la anulación; pero, aun así, la cifra total nunca coincidía con el número de votantes registrados.

Los llamados custodios sumaban en todas las urnas del centro de votación, pero no aparecían firmando las actas donde votaron


Liberales, nacionalistas o de PLR: algunos ejecutaban el fraude, otros eran instrumentalizados para firmar mientras terceros realizaban el relleno. Quien cometió el Delito debe pagar. 

Vimos votos rurales ingresando a las urnas sin corresponder a ciudadanos registrados.

Vimos cuadernos donde:

El biométrico no coincidía con las firmas.

Personas que no sabían escribir estampaban su huella de manera idéntica y como una mancha negra sin patrón o relieve. 

Familias completas exhibían caligrafía uniforme, como reproducida.

En aldeas enteras donde Salvador Nasralla debería ser apreciado era "odiado", apenas aparecían seis, diez o veinte votos a su favor.

Y el sello de “VOTO” era utilizado estratégicamente para ocultar esas firmas burdas. 

Examine unas veinte urnas.

Contrastamos cuadernos, papeletas, nulos y blancos.

Detectamos cientos de votos desplazados y votos de Salvador anulados de forma maliciosa.

Lo más angustiante fue esto:

Vimos el delito y no fue reconocido como tal.

El fraude era visible, documental y repetido, pero políticamente invisible. Sin una Cámara para documentar. Llevar evidencia era penado. 

Algunos aceptaban sumar votos con entusiasmo.

Otros con resignación.

Eso no es integridad; es sometimiento.

El procedimiento electoral es tan estructurado que cada violación demuestra que no fue improvisación, sino una orden sistemática, generalizada y vertical.

Como ocurrió con la pandemia, el IHSS o los huracanes: el mismo patrón de siempre.

Ejecutores abajo, intermediarios en medio, beneficiarios arriba.

Peones que firman. Capataces que cobran. Jefes que se quedan con el botín.

Y, aun así, cada vez que señalé el fraude ante mis adversarios en la mesa, yo pasé a ser el señalado, el pícaro, el perverso el incómodo, el que “no dejaba trabajar”.

La mesa estaba profundamente comprometida.

Cada voto auténtico era silenciado por votos inflados.

Cada acta adulterada fabricaba una victoria ficticia de una élite que se proclama pulcra mientras vulnera la esperanza de un pueblo que sufre… pero sabe que fue engañado.

Y aun así no nos rendimos.

No nos vendimos.

No nos callamos.

Porque la democracia no se defiende cuando es fácil.

Se defiende cuando duele, cuando cuesta y cuando el poder amenaza.

Soy Liberal.

Y como Liberal creo en el voto, en la ley y en la dignidad del ciudadano.

Y como hondureño sé que esta lucha no termina en una elección.

La democracia se rescatará —en esta o en la próxima—

pero no morirá mientras existan ciudadanos dispuestos a decir la verdad, aunque incomode.

Y donde vaya, seguiré diciendo lo que vi.

Seguiré cantando Vamos Honduras. 

Y seguiré apoyando y donde vaya Salvador Nasralla, porque esta lucha no es por un hombre, sino por el derecho de un pueblo a que su voto valga.


— El Arquitecto del Pueblo

 

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