HONDURAS ANTE LA GEOPOLÍTICA: ENTRE EL RIESGO Y LA OPORTUNIDAD

 


                                                                                                           Por: Eduardo Martell

En geopolítica, la pasividad se paga caro. Honduras, enclavada en el corazón palpitante de Centroamérica, vive en un vecindario convulso y a menudo impredecible: una Nicaragua anclada en un autoritarismo férreo, un El Salvador seducido por un poder personalista y concentrado, y una Guatemala que libra, con admirable tenacidad, una batalla por preservar el aliento democrático. En este escenario, cada decisión —o peor aún, cada indecisión— que tome el gobierno repercute de forma directa en nuestra estabilidad, economía y seguridad.



El actual gobierno, marcado por la improvisación y la miopía estratégica, ha desperdiciado su capital diplomático. Ha buscado acercamientos complacientes con regímenes autoritarios, ha debilitado la columna vertebral de un servicio exterior que alguna vez fue respetado, y ha renunciado a ejercer un liderazgo digno y constructivo en la región. Esta errática brújula exterior nos ha restado credibilidad ante socios estratégicos como Estados Unidos y la Unión Europea, y ha dejado escapar oportunidades valiosas para atraer inversión, abrir mercados y proyectar la voz de Honduras con firmeza. Cuando un país se margina de las mesas donde se toman decisiones, termina aceptando —en silencio y sin peso— las reglas que otros escriben.

A este sombrío panorama se suma el peligro real de retroceder al pasado oscuro, corrupto y moralmente devastador que encarnó el Partido Nacional. No se puede borrar de la memoria nacional —ni de la internacional— que su figura más representativa, Juan Orlando Hernández, fue condenado en Estados Unidos por narcotráfico. Un regreso de esa corriente significaría no solo un retroceso ético y político, sino un golpe demoledor a la imagen exterior de Honduras. El mundo no olvida, y mucho menos los inversionistas y aliados democráticos que exigen certeza, institucionalidad y reputación limpia antes de estrechar la mano a un país.

En contraste, Salvador Nasralla y el Partido Liberal representan hoy la alternativa seria, equilibrada y visionaria que Honduras necesita para navegar este mar de tensiones geopolíticas. No se trata de caer en aventuras ideológicas trasnochadas ni en populismos de ocasión, sino de construir una política exterior inteligente, con principios liberales firmes y pragmatismo democrático. Esto implica defender con convicción los derechos humanos y la democracia en la región, fortalecer alianzas con países que comparten esos valores, y emplear la diplomacia no como un escaparate de vanidades, sino como una poderosa herramienta para generar empleo, atraer inversión y abrir mercados a nuestros productos.

Honduras no puede —ni debe— resignarse a ser un actor de segunda fila en el istmo. Tenemos la capacidad, la historia y el derecho de liderar iniciativas regionales en comercio, migración y seguridad. Pero para ello es imprescindible un gobierno que hable con autoridad moral, que inspire confianza y que no deba agachar la cabeza en foros internacionales.

La geopolítica regional puede ser una amenaza que nos ahogue o una oportunidad que nos impulse. Con un liderazgo débil, improvisado o corrupto, será lo primero. Con un liderazgo serio, honesto y coherente —como el que encarna Salvador Nasralla— puede convertirse en una palanca de desarrollo y prestigio para el país. La elección está en nuestras manos: seguir atrapados entre la improvisación y la corrupción, o tomar el rumbo de la estabilidad, la modernidad y el progreso.

Como dijo José Cecilio del Valle, “la política es la ciencia de la felicidad de los pueblos”. Y hoy, más que nunca, Honduras necesita líderes que la practiquen con visión, coraje y la frente en alto ante el mundo.


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