Este delito genera millonarias
pérdidas fiscales y fortalece redes criminales en Honduras ante la falta de
controles efectivos.
El contrabando
de cigarrillos ilegales continúa expandiéndose en Honduras, consolidándose
como una de las principales economías paralelas que operan bajo el control de
redes criminales organizadas.
Las cajas de
cigarrillos cruzan el país sin mayores obstáculos: ingresan por caminos
clandestinos en las montañas de Ocotepeque, se desplazan por trochas en
Copán y terminan en tiendas improvisadas en barrios de San Pedro Sula y
Tegucigalpa. Otras rutas incluyen lanchas que burlan los controles
costeros en playas del sur del país, lo que evidencia la diversificación de
los mecanismos de contrabando.
Aunque la
atención mediática suele enfocarse en el tráfico de drogas y armas, este
comercio ilícito se ha convertido en un negocio rentable para organizaciones
delictivas que operan sin rostro, pero con gran influencia y capacidad
logística. Según estimaciones oficiales, el Estado hondureño pierde millones
de lempiras en recaudación fiscal cada año debido a este fenómeno, al
tiempo que circulan productos sin ningún tipo de control sanitario, poniendo en
riesgo la salud de la población.
Un problema
que revela vacíos institucionales
Más allá de
las pérdidas fiscales, este flagelo deja al descubierto la fragilidad del
Estado en el control de fronteras, donde la corrupción y la falta de
recursos permiten el ingreso constante de mercancía ilegal. Mientras tanto, en
el Congreso y en las instituciones encargadas de la seguridad y el comercio,
los debates sobre cómo enfrentar esta problemática suelen quedarse en el papel,
sin medidas efectivas en el terreno.
Críticos
advierten que el crecimiento del contrabando de cigarrillos no solo significa
un golpe a las finanzas públicas, sino que también refleja cómo las redes
criminales se fortalecen en la sombra, alimentadas por la inacción estatal.
Todo esto se da en un contexto donde el gobierno asegura combatir las economías
ilícitas, pero destina más recursos a la compra de armas o proyectos
políticos que a reforzar aduanas y controles fronterizos.
El contrabando
de tabaco, al igual que el de drogas y armas, es otro ejemplo del desequilibrio
estructural que permite a los grupos criminales expandirse mientras el Estado
pierde credibilidad y capacidad de respuesta.
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