LA INEVITABILIDAD DE SALVADOR NASRALLA

 





Por Octavio Pineda Espinoza

Si usted busca la definición de esta palabra en el diccionario, encontrará que inevitabilidad significa, entre otras cosas, “que no se puede evitar, evadir o escapar; cierto; predestinado”, tan fuerte es el término que para usarlo hay que tener certeza de lo que sucederá y de allí, mi premisa en el sentido de que, las circunstancias político-sociales de Honduras, la realidad ideológica latinoamericana, el contexto electoral del país y su posición estratégica en el mapa geopolítico norteamericano nos llevan a concluir que, Salvador Nasralla y el Partido Liberal de Honduras asumirán el poder de la Nación después de las elecciones del 30 de noviembre.

Mi afirmación no está acompañada de prejuicios políticos partidistas ni de un fanatismo desbordante ni de un anhelo superlativo de cambio, un elemento latente no solo en mí personalmente, sino en todo el pueblo hondureño, sino más bien, en el entorno en el que se ha desarrollado esta sui generis campaña electoral. Salvador Nasralla es un candidato popular, conocido desde hace años por su actividad en los medios de comunicación, figura permanente en la televisión nacional y en el imaginario público, crítico permanente de la corrupción rampante de los gobiernos de derecha o izquierda, con una irreverencia natural que atrae a la juventud, un toque de outsider a pesar de haber participado en tres campañas previas, con un discurso directo, contundente, sencillo y fácil de entender para la ciudadanía.

A lo anterior hay que agregarle el hecho de que es postulado por el único partido político que ha estado fuera del poder durante los últimos 20 años: El Partido Liberal de Honduras, el cual, a pesar de los intentos de destruirlo desde dentro y desde fuera por la coordinadora de Libres y malos liberales, tiene una raíz muy profunda en la psiquis y el corazón del pueblo hondureño que lo coloca ante una oportunidad histórica como esta, de retomar las riendas del Estado como último intento de ciudadanía, para revertir los enormes males que nos han convertido en el país más desigual de América Latina y uno de los más pobres del mundo.

Existe un evidente cansancio ciudadano respecto a la clase política en general; aun así, el hondureño es amante de la libertad, de la democracia, del libre albedrío y del sagrado derecho a elegir su destino. Cabe mencionar que este cansancio ha convertido a los independientes en el partido más grande del país (56%), es decir, aquellos que no tienen ni siguen un partido político, pero votan por el candidato.   A esto hay que sumar que alrededor de 400 mil nuevos votantes participarán en el proceso del 30 de noviembre y, de ellos, la mayoría se identifica con la irreverencia, el histrionismo y la particular forma de la campaña de Nasralla. A esto hay que sumarle el voto oculto y el voto de castigo, inevitables en toda elección presidencial.

A nivel internacional, se avecina el fin del socialismo del siglo XXI, un modelo agotado, obsoleto, corrupto e ineficaz, que alió su destino con el de los cárteles de la droga de todo tipo y origen, lo que encendió las alarmas en Washington por su tenaz lucha contra el narcotráfico internacional, que socava lo más profundo y sagrado de la sociedad estadounidense. El círculo que comienza a cerrarse en torno a Maduro en Venezuela, para quien lo único que lo salvó fue el petróleo barato, es un indicio del fin de esa desastrosa creación de Hugo Chávez que solo trajo miseria, polarización social, violencia y desesperación a millones de venezolanos y millones de latinoamericanos en diferentes países, incluyendo Honduras, quienes finalmente dijeron: "¡Se acabó!".

El agotamiento de un falso modelo populista, enmascarado en la lucha de clases sociales, la reivindicación de los pobres, una sociedad igualitaria y una refundación de países cayó por sí solo, en el momento en que los ciudadanos de varios países que aún no se han convertido en estados policiales como Cuba, Venezuela y Nicaragua, descubrieron que fueron utilizados por los socialistas de Prado, a gorro y gorra, para llenarse de riquezas mal habidas, abusar del poder, destruir las instituciones y el Estado de derecho, vincularse al lucrativo negocio ilegal del narcotráfico, el lavado de dinero y el contrabando de armas, mientras dejaban de lado todas las promesas con las que convencían a la ciudadanía de darles el voto para sacar a los aspirantes a tiranos de la extrema derecha y luego hacer lo mismo o peor.

Esta realidad, réplica de la de muchos países de nuestro continente, aplicada en Honduras por LIBRE y Mel Zelaya, finalmente ha encontrado su némesis en Salvador Nasralla, quien, a pesar de haber contribuido ingenuamente a derrocar a Juan Orlando Hernández y al Partido Nacional de Honduras tras 12 años desastrosos para la nación, no se manchó y prefirió retirarse del gobierno de LIBRE antes que ser cómplice de lo que yo llamo la "Narcodictadura 2.0". El mero hecho de abandonar lo que descubrió como una falacia y un nuevo plan de saqueo sin precedentes en Honduras, le otorga a Salvador Nasralla de entrada un escudo muy apreciado por el electorado nacional: el de un candidato limpio e incorruptible.

La consistencia de su mensaje anticorrupción, el propósito de sentar bases sólidas para el progreso nacional bajo un esquema de meritocracia, la reconstrucción del Estado de Derecho y el respeto irrestricto a la Constitución de 1982 y las leyes, su fórmula para llevar empleo a la juventud, su discurso tenaz y valiente contra la tiranía que quiere imponer el Partido Libertad y Refundación y su decidida voluntad de atacar el narcotráfico y la impunidad lo han llevado a tener consistentemente entre 18 y 13 puntos de diferencia en relación con el Partido Nacional y LIBRE.

¡Por eso y más, Salvador Nasralla es el inevitable Presidente de Honduras y lo confirmaremos el 30 de noviembre!


Abogado y Notario. Octavio Pineda Espinoza. Profesor universitario. Político liberal.



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