SECRETARÍA DE SALUD: LA INDOLENCIA QUE ENFERMA AL PAÍS
Por: Dr. Luis Martínez
En Honduras, hay batallas que no deberían
librarse, porque el sentido común dicta que ya deberían estar ganadas. Una de
ellas es la dignificación de nuestro personal de enfermería, el músculo humano
que mantiene de pie a un sistema de salud crónicamente debilitado. Sin embargo,
la historia se repite: la Secretaría de Salud vuelve a convertirse en
villano, no por lo que hace, sino por lo que deja de hacer.
Desde hace semanas, las enfermeras auxiliares
—organizadas en la ANEEAH— mantienen huelgas, bloqueos y asambleas
informativas en todo el país. Sus reclamos no son caprichos: exigen el pago de
salarios atrasados, estabilidad laboral, cumplimiento de convenios firmados,
mejoras salariales y, sobre todo, respeto. A cambio, el gobierno ha respondido
con silencio, promesas vacías y amenazas veladas.
No se trata de una protesta improvisada. El
gremio de enfermería arrastra años de incumplimientos por parte del
Estado. En esta ocasión, el conflicto alcanzó un punto crítico porque, pese a
las múltiples advertencias, las autoridades no ofrecieron soluciones claras. El
resultado: hospitales sin personal suficiente, áreas críticas a punto de
quedarse sin atención y, lo más grave, pacientes que pagan el precio de la
indiferencia política.
El pasado 12 de septiembre, tras un primer
acercamiento con la Secretaría de Salud, no se logró ningún acuerdo concreto.
Las enfermeras dieron un ultimátum de 78 horas antes de endurecer sus medidas,
incluyendo la posibilidad de abandonar servicios vitales. Y mientras tanto, en
los despachos oficiales, la estrategia ha sido patear la pelota hacia adelante.
La Secretaría de Salud no necesita máscaras
para ser el villano de esta semana. Su indolencia es pública y notoria. ¿Cómo
es posible que en pleno 2025 aún tengamos a profesionales de enfermería
protestando por derechos básicos? ¿Qué clase de gobernanza es esta que prefiere
arriesgar la vida de los pacientes antes que reconocer errores y abrir un
diálogo sincero?
El discurso oficial habla de avances y
compromisos, pero la realidad en los hospitales es otra: enfermeras con
contratos precarios, turnos inhumanos, falta de insumos y salarios que no
llegan. Y cuando levantan la voz, en lugar de soluciones, reciben audiencias de
descargo y amenazas de represalias.
El problema no es la protesta, sino la soberbia
con la que se la enfrenta. Al tratar al gremio de enfermería como si fueran
adversarios y no aliados, la Secretaría de Salud mina la poca confianza que
queda en el sistema. Y es que no se puede hablar de mejorar la salud del pueblo
mientras se ignora y se reprime a quienes sostienen, día tras día, la atención
en hospitales y centros de salud.
La soberbia política, en este caso, enferma
tanto como cualquier virus: debilita la moral, agota al personal y genera un
daño profundo en la confianza ciudadana.
Lo que el gremio pide no es un privilegio: es
justicia. Es el reconocimiento a un trabajo indispensable, a un sacrificio
constante y a un compromiso que nunca ha fallado, incluso en los peores
momentos de la pandemia. La Secretaría de Salud debe entenderlo: no se negocia
la dignidad de quienes salvan vidas.
El llamado es urgente: diálogo real,
cumplimiento de convenios, pago de deudas y freno inmediato a las represalias.
Porque en este momento, cada día de indiferencia es un día más de angustia para
pacientes y familias que dependen del sistema público de salud.
El verdadero villano de esta semana no es un
personaje de caricatura. Es un ministerio que, por omisión, por indolencia y
por soberbia, pone en jaque la vida de los hondureños. La Secretaría de
Salud carga con la responsabilidad de un sistema al borde del colapso, y su
falta de diálogo con el gremio de enfermería la convierte en el símbolo más
doloroso de lo que significa gobernar sin escuchar.
En un país donde la salud ya es un lujo,
ignorar a quienes la sostienen no es solo torpeza: es una falta de respeto a la
vida misma.
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