CUANDO EL PODER DEVORA LA INSTITUCIONALIDAD
noviembre 06, 2025
Por: Ing.
Angel Espinal Calix
Queridos
jóvenes hondureños, herederos de un país en constante evolución. En la vorágine
del presente y la incertidumbre del futuro, a menudo se nos invita a mirar
hacia adelante sin hacer una pausa para comprender los cimientos sobre los
cuales construimos.
Hoy, quiero llevarlos en un viaje a través de las páginas de nuestra historia reciente, para recordar, o quizás conocer por primera vez, la profunda transformación que impulsaron los gobiernos del Partido Liberal en Honduras. No se trata de una nostalgia partidaria, sino de un reconocimiento objetivo a las grandes obras que moldearon la fisonomía de nuestra nación y expandieron las oportunidades para millones.
Antes de las
últimas décadas del siglo XX, Honduras cargaba con el lastre de una estructura
social arcaica. Fueron los gobiernos liberales, con una visión progresista,
quienes entendieron que el desarrollo no se medía solo en kilómetros de
carretera, sino en la dignidad de su pueblo.
Al mismo
tiempo, se emprendió una cruzada nacional para alfabetizar y educar. Se
construyeron miles de escuelas y centros de educación media en los rincones más
remotos del país, llevando por primera vez la luz del conocimiento a
comunidades históricamente olvidadas. La creación de nuevos centros regionales
universitarios y el fortalecimiento de la Universidad Nacional Autónoma de
Honduras (UNAH) democratizaron el acceso a la educación superior, permitiendo
que hijos de obreros y campesinos pudieran aspirar a ser profesionales. La
educación dejó de ser un privilegio para convertirse en un derecho tangible.
Por otra
parte, se priorizó la salud preventiva y la atención primaria. La construcción
de hospitales la seguridad social y equipamiento de centros de salud (CESAMO,
CESAR) y hospitales regionales acercaron los servicios médicos a la población,
reduciendo drásticamente la mortalidad infantil y materna. Programas de
vacunación masiva y lucha contra enfermedades endémicas marcaron un antes y un
después en el bienestar de las familias hondureñas.
Honduras era
un archipiélago de comunidades aisladas. Los gobiernos liberales se propusieron
unir el país, no solo en un sentido figurado, sino literalmente, con acero,
concreto y una visión audaz de integración.
Del mismo
modo, se ejecutaron los proyectos de infraestructura más ambiciosos desde la
época de la reforma liberal del siglo XIX. La construcción de la Carretera de
Occidente, el anillo periférico alrededor de Tegucigalpa, el puente "Juan
Ramón Molina" y en el valle de Sula una infinidad de proyectos para
fortalecer el músculo productivo de la nación, la modernización de la red vial
nacional, dinamizaron el comercio, conectaron la producción con los mercados y
acortaron distancias. Fue una apuesta por la conectividad como eje del
progreso.
Así mismo, se
impulsaron reformas clave para insertar a Honduras en la economía global. La
creación de instituciones como la Comisión para la Promoción de las
Exportaciones (HPROEXPO), hoy FIDE, sentó las bases para atraer inversión y
diversificar nuestra economía más allá del banano y el café. Se modernizaron
los marcos legales para fomentar la competencia y la iniciativa privada,
entendiendo que el crecimiento requiere de un Estado facilitador, no solo
controlador.
En un contexto
regional marcado por conflictos armados y autoritarismos, los gobiernos
liberales fortalecieron el frágil tejido democrático de Honduras.
Por otra
parte, también se promovió una mayor independencia de los poderes del Estado y
se respetó, en esencia, la alternancia en el poder, consolidando el principio
de que la soberanía reside en el pueblo. Se avanzó en reformas al sistema de
justicia, aunque imperfectas, con la intención de acercarlo a los ideales de
imparcialidad y eficiencia.
Al mismo
tiempo, es importante recalcar sobre el impulso significativo que se dio al
reconocer los derechos de la mujer, con una mayor participación femenina en la
vida política y pública. Se abrieron espacios de diálogo con la sociedad civil
y se comenzó a visibilizar las demandas de los pueblos indígenas y
afrohondureños, sentando las bases para un país más plural e inclusivo.
Jóvenes de Honduras, este no es un relato para inducir a la complacencia o para sugerir que todo estaba resuelto. Por el contrario, es una invitación a entender que la Honduras de hoy, con sus enormes desafíos, también se levanta sobre conquistas históricas que debemos valorar.
Los gobiernos
liberales de esa época cometieron errores, sin duda. La corrupción, la inercia
burocrática y las limitaciones propias de un país en desarrollo estuvieron
presentes. Pero su legado tangible en infraestructura, educación, salud y
consolidación democrática es innegable.
Conocer esta
historia no es un acto de fe partidaria, es un ejercicio de ciudadanía
informada. Los invito a no dar por sentado el centro de salud de su comunidad,
la carretera que transitan o la universidad pública a la que pueden aspirar.
Detrás de cada uno de ellos hay una decisión política, una visión de país y un
esfuerzo colectivo.
El desafío
para ustedes, la generación mejor informada y conectada de nuestra historia, no
es repetir el pasado, sino superarlo. Es tomar estas bases, aprender de los
aciertos y los fracasos, y construir sobre ellas una Honduras más justa,
transparente, innovadora y sostenible. La huella liberal es parte de su
herencia; lo que hagan con ella define, ahora, su propio legado.
Espero que luego
de llevarlos por este viaje histórico no les quepa la menor duda que la esperanza
sigue siendo: ¡Rojo, blanco, rojo!
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